LAS
CINCO FUENTES PRINCIPALES DE ENERGÍA
Al igual que el pez, que está
rodeado de agua, nace en el agua, vive en el agua, en el agua muere y en el
agua se alimenta y se reproduce, el ser humano está inmerso en la energía, es
energía y vive gracias a la energía. El poder que nos nutre es la fuerza vital
o prana. Prana Es también aliento de
vida, energía vital de la que nos proveemos a través de diferentes fuentes. El prana hace posible todas nuestras
funciones físicas y psicomentales: anima el cuerpo y la mente y se manifiesta
dentro y fuera de nosotros. Es lo más sutil entre lo sutil, e incluso anima las
unidades subatómicas: constiutye el substratum de energía de todo lo existente,
animado e inanimado. El prana, en
definitiva, rige en el ser humano todos los órganos y sus funciones, así como
todos los contenidos mentales y emocionales.
Las cinco principales fuentes de energía son: la alimentación, la
respiración, el descanso, el sueño y las impresiones mentales. Estas fuentes de
energía son tanto más poderosas cuanto más puras y ricas resulten. Así, lo
idóneo para llevar una vida saludable sería: una alimentación pura y adecuada,
el descanso suficiente y reparador, el sueño profundo, la respiración correcta
y las impresiones mentales positivas. A continuación vamos a profundizar un
poco en estas importantes fuentes de energía.
LA ALIMENTACIÓN
No hay que tener manías con respecto
a la alimentación. En estos últimos años ha habido muchas modas alimenticias y
mucha gente las ha interpretado de forma obsesiva. Por esta razón, conviene
tener presente que nos acervamos al yoga para quitarnos obsesiones, no para
adquirir otras. Así, no debemos obsesionarnos con ninguna dieta, y hay que
adoptar una cierta flexibilidad, sobre todo cuando alguien prepara para nosotros
alimentos que tal vez no incluiríamos en nuestra dieta. Pero sí es cierto que
el alimento tiene importancia para el cuerpo y para la mente, lo cual no se
puede dudar si consideramos que el nuestro es un cuerpo de alimento, es decir,
que está sustentado por éste. Una mala alimentación, demasiado tóxica,
perjudica al cuerpo y a la mente y altera el sistema nervioso. Una alimentación
impura propicia, por tanto, innumerables
trastornos, tanto coronarios como digestivos; pero, además, perjudica a la
piel, eleva la tensión y embota la mente.
Con respecto a la alimentación, los maestros de yoga indican que hay que
aplicar unos criterios de inteligencia básica, que nos llevarán a comprender
que, obviamente, los alimentos más sanos son:
-
Los más naturales.
-
Los más frescos.
-
Los más nutritivos
-
Los más puros.
Asimismo, conviene hacer una dieta variada, pues todos somos muy
rutinarios en este sentido. Es mejor comer poco de muchos alimentos que comer
mucho de uno solo, y, por supuesto, e imprescindible hacer una minuciosa
masticación. Para los yoguis, el alimento debe llenar medio estómago, y el
agua, un cuarto, quedando otro cuarto vacío, o lo que es lo mismo, e preferible
no saciarse. Debe darse la mayor prioridad posible a frutas, zumos frescos,
verduras, legumbres, frutos secos, lácteos y pastas. Quien sea omnívoro debe
alimentarse de huevos, carnes y pescados en menor cantidad. Hay que evitar, en
lo posible, los alimentos tóxicos, enlatados y los demasiado condimentados,
especiados sazonados. Hay que señalar que en el yoga se aboga de una forma
especial por los lácteos. Se considera que son fabulosos a cualquier edad si no
hay contraindicaciones en una determinada persona por anomalías orgánicas. La
leche, el queso fresco y el requesón, el yogur y todos los lácteos en general
son considerados excepcionalmente saludables. La creencia de que los lácteos
son sólo digestivos para los niños y que resultan dañinos para los adultos es
una simple superstición. Sólo serán dañinos si no están bien compensadas las
sustancias del cuerpo humano.
Ahora bien: no puede haber una dieta fija para todo el mundo; depende
del clima en que se viva, la edad y las actividades que se desarrollen, y de
las indicaciones o contraindicaciones originadas por la mayor o menor salud de
que goce la persona. Cada individuo debe ir hallando la dieta que mejor se
avenga consigo mismo. Pero no hay duda de que el alimento puro es de
importancia para la vitalidad, el cuerpo, las energías e incluso la mente. Una
persona que se alimente con pureza será más equilibrada, eutónica y sana, y
podrá incluso meditar mejor y emprender con mayores garantías la senda del
autoconocimiento.
LA
RESPIRACIÓN
Los antiguos maestros declaraban que
todo ser humano debe aprender desde niño a respirar y reír. La mayoría de las
personas, empero, y aunque muchas de ellas sepan reír, respiran muy mal. En
efecto, se respira por la boca de manera espasmódica o desacompasada,
superficial y arrítmicamente. Una respiración incorrecta, dicen los yoguis, es
como una espina en el sistema nervioso: lo altera. Además, la respiración es la
primera fuente de energía en cuanto a su inevitabilidad: respiramos de quince a
veinte veces por minuto. Tal operación nos reporta energía y, si respiramos de
forma correcta, podemos incrementar de forma considerable la misma. Pero además
existe, como ya descubrieron los primeros yoguis, una relación muy estrecha
entre la respiración, la mente y los estados emocionales. A cada estado
emocional le corresponde un tipo de respiración, del mismo modo que un cierto
tipo de respiración pausada, uniforme y rítmica serena la mente y tranquiliza
todos los procesos físicos. En consecuencia, aprender a respirar es esencial:
una buena respiración mejora nuestro cuerpo y nuestra mente. Por esta razón,
las técnica de control respiratorio de yoga físico son de excepcional valor
para la persona, puede practicarlas todo el mundo y son una experimentada
fuente de armonía.
EL DESCANSO
Es necesario aprender a descansar.
En este sentido, hay un viejo adagio que reza: “Hasta los corceles más briosos
se destripan si no descansan”. Pero descansar no es sólo no hacer nada; si uno
sigue con el cuerpo crispado y al mente llena de ideaciones, tensiones y
preocupaciones, entonces no descansa. Descansar es reposar el cuerpo y silenciar
la mente; es decir, desconectarse de todo para estar con uno mismo. El descanso
más profundo lo representa la relajación consciente, que nos permite aflojar
toda la musculatura y sedar el sistema nervioso. También ayudan a descansar las
actividades recreativas que se realizan con interés y sin ningún afán
competitivo, así como las manualidades y todas las formas de expresión
artística. El yoga físico, por su parte, proporciona un descanso muy profundo.
EL SUEÑO
Con respecto al sueño, no sólo
conviene dormir las horas adecuadas, sino conseguir que sea profundo. A veces
no es tan importante cuánto se duerme, sino cómo se duerme. El sueño debe ser,
por tanto, profundo y reparador. Colaborarán a que ello sea posible las
siguientes condiciones:
-
La relajación del cuerpo
-
La quietud de la mente y la menor conflictividad posible
del subconsciente.
-
La disciplina para dormir.
-
El yoga físico y la meditación
Esta última condición puede ser
fundamental. Se han dado casos de personas con enormes problemas de insomnio
que han hallado la solución a los mismos en la práctica del yoga. También ayuda a conseguir un sueño profundo
el realizar respiraciones pausadas al acostarse y olvidar los problemas y
ocupaciones diarias.
No hay un número fijo de horas de sueño para todas las personas. El
número de horas depende de la edad, la actividad llevada a cabo y otros
factores. De un modo general, puede decirse que el término medio es de siete
horas, aunque hay personas que necesitan ocho y personas que se satisfacen
plenamente con seis. Sin embargo, cuando se duerme hay condiciones que deben
ser cumplidas en lo posible:
-
Hay que dormir con prendas holgadas o desnudo.
-
Conviene conseguir una temperatura agradable en la
habitación.
-
Se deben evitar los ruidos y la luz.
-
No es aconsejable cenar excesivamente.
-
Hay que prescindir por la noche de sustancias excitantes.
-
Conviene desconectar la mente de ocupaciones y
preocupaciones.
-
No es aconsejable tener un horario de acostarse flexible en
exceso.
De cualquier manera, cuando no sea posible
conciliar el sueño (circunstancia que a todo ser humano le ocurre de vez en
cuando), lo mejor es relajarse y no empeñarse en dormir. Si una persona se
desespera porque no duerme, sufrirá doble tensión. De tal manera que si uno se
empeña en dormir es posible que, por la ley del esfuerzo invertido, no lo
logre. Lo mejor en tales situaciones es abandonarse plácidamente a la
interiorización la relajación.
LAS IMPRESIONES
MENTALES
Nada menos que seis mil años antes
de que naciera Freud los yoguis habían descubierto ya esas profundidades de la
mente que ahora llamamos subconsciente.
En efecto, la mente es como un iceberg: por cada medida de superficie hay nueve
debajo de la misma. Y todo aquello que recibimos, pensamos o sentimos deja su
huella o impresión correspondiente en la sustancia mental. Todas las huellas
llegan a determinar nuestra psicología, carácter y comportamiento. Por esto tan
importante dejar en la mente impresiones positivas, de ahí que todos los
maestros insistan en la necesidad de cultivar actitudes, pensamientos y
sentimientos bellos y ennoblecedores. Así como pensamos, así somos, se dice.
Todo pensamiento tiende a convertirse en palabra o acto, y, en consecuencia,
hay que tratar de obtener impresiones positivas del exterior y generar, en lo
posible, actitudes constructivas. Bien es cierto que muchas veces recibimos
impresiones e influencias negativas del mundo circundante, pero debemos cambiar
su signo y positivar esas impresiones.
Del mismo modo que damos alimento puro al cuerpo, debemos dárselo, y con
más razón si cabe, a la mente. Y de la misma forma que cuidamos la higiene del
cuerpo hay que cuidar la higiene de la mente. Cualquier persona limpia su casa
o su habitación, y, sin embargo, a menudo hacemos de nuestra mente un estercolero.
Hay que recordar que toda impresión mental negativa tiende a emerger, y puede
hacerlo: a través de la psique, creando sensaciones nada placenteras, como la
ansiedad o el abatimiento; a través del cuerpo, somatizando y generando
trastornos psicosomáticos, o a través del carácter, provocando un modo de ser
conflictivo y generador de fricciones. Por el contrario, las impresiones y
actitudes mentales positivas son un bálsamo para la mente, la psique y el
sistema nervioso. Si comprendiéramos hasta que punto nos favorecen, todos
cultivaríamos la tolerancia, el contento, la compasión y la benevolencia: el
primero que se beneficia es quien siente esos sentimientos positivos. En
cambio, los venenos de la mente (avidez, odio, celos, envidia y otros) sólo
provocan malestar psicológico, obsesiones y deterioro orgánico. Si tuviéramos
alguna sabiduría, y no tantos conocimientos librescos y tanta información,
cultivaríamos las actitudes positivas, porque de ellas deriva siempre el
beneficio propio y el ajeno.
Hemos hecho referencia a las cinco fuentes de prana o fuerza vital, pero hay otras muchas. Todas aquellas son una
fuente de energía, desde la naturaleza a la amistad, y desde el arte al amor
consciente.
LAS PRINCIPALES ENSEÑANZAS DEL BUDA
LAS CUATRO NOBLES VERDADES
La Verdad Del Sufrimiento
La Primera Verdad Noble declara simplemente que el sufrimiento nos ocurre a
todos.
Es importante comprender que la Primera Verdad no expresa una actitud
pesimista o fatalista.
No está enseñando que “la vida en su totalidad es sufrimiento”. El decir que
el sufrimiento ocurre quizá no suena como una declaración muy profunda. El
sufrimiento es algo obvio y natural en los seres humanos. Cuando nos damos un
golpe en el dedo del pie nos duele.
La espalda se nos puede lesionar de por vida y sentimos dolor crónico. El
Buda mismo estuvo sujeto a dolores físicos. A veces rehusaba dar un discurso
porque padecía de dolor en la espalda.
También el dolor emocional a todos nos aqueja, especialmente si estamos abiertos
al mundo que nos rodea. Cuando algún conocido experimenta dolor, nosotros mismos
podemos identificarnos con ellos y sentir un dolor parecido. Es parte de ser
humano el sentir empatía. Sin embargo, el
dolor no es el tipo de sufrimiento del cual el Buda nos quería liberar.
Para entender las Cuatro Verdades Nobles es importante distinguir entre el sufrimiento
inevitable y el sufrimiento opcional. El sufrimiento opcional lo creamos
nosotros mismos cuando reaccionamos ante algo que nos ocurre, por ejemplo, al enojarnos
ante un tropezón, o cuando ansiamos demasiado ser felices. A veces sufrimos a raíz
del dolor físico o alguna enfermedad. Esto
es inevitable. Pero después empezamos a juzgarnos a nosotros mismos.“¿Qué
hice para que esto me ocurriera? ¿Será que me lo merezco?” Nos autocriticamos,
o posiblemente culpamos a otros. Estos pensamientos agregan a nuestra
aflicción. Otro ejemplo del sufrimiento opcional podría ser cuando sentimos mucha
ira o nos deprimimos al observar el sufrimiento o la crueldad que existe en el mundo.
El sufrimiento opcional tiende a surgir cuando reaccionamos con repugnancia o
apego o justificación o condena ante esas circunstancias.
Estas reacciones añaden sufrimiento a los dolores naturales que nos afligen.
El Buda enseñó que es posible experimentar los dolores inevitables
directamente sin agregarle pensamientos nocivos. Considera lo siguiente: ¿Si a todos
nos toca experimentar los dolores naturales, no será mejor hacerlo sin añadirle
intervenciones mentales dañinas?
Las Cuatro Verdades Nobles no prometen eliminar el sufrimiento normal que nos
aqueja.
Más bien confrontan el sufrimiento o “estrés” opcional que provienen de nuestras
reacciones.
Cuando nos aferramos o apegamos a alguna experiencia esto puede producir sufrimiento.
Y a la inversa, cuando tratamos de guardar distancia, bloquear, o huir de algún
sentimiento o
alguna experiencia también creamos sufrimiento.
El Budismo nos ayuda a entender las múltiples maneras en que nos aferramos o
distanciamos de nuestras experiencias. Podemos empezar a poner en práctica las
enseñanzas del Buda cuando prestamos atención a nuestro sufrimiento.
Según los textos antiguos nadie llega al Sendero sino a través del
sufrimiento. El reconocimiento del sufrimiento es algo sagrado; es digno de respeto.
Debemos estudiar nuestro sufrimiento para
empezar a conocerle bien de igual manera que un médico analiza
detenidamente una enfermedad. Si el sufrimiento es muy agobiante, mucho más poderoso
es el aliciente para estudiarlo. Pero no todo el sufrimiento es obvio. Existen
dolores más sutiles que también nos sirven de maestros. Por lo tanto es
importante estudiar los malestares secundarios, aquellas frustraciones
cotidianas como el enojo con el tráfico o nuestra irritación con algún colega del
trabajo. Podemos estudiar nuestro sufrimiento si ponemos atención tanto a las
cosas a que nos aferramos como a las diversas maneras en que lo hacemos. El Buda
señaló cuatro tipos de apegos a los cuales nos aferramos y que pueden producir
sufrimiento en nuestras vidas. Una de ellas son
Los ritos religiosos o los conceptos morales. Para algunos estos no son tan
importantes. Pero para otros el aferrarse a los preceptos religiosos significa la
posibilidad de salvación o liberación. Algunos se aferran a algún rito o a
alguna regla de su religión porque consideran que la religión se
trata solamente de ritos o reglas. Otros son muy devotos porque quieren
crear una identidad espiritual, por ejemplo, el de ser personas piadosas.
Posiblemente otros se aferran a la religiosidad porque quieren escapar de las preocupaciones
de la vida o porque quieren sentirse emocionalmente seguros. Entre los
budistas, al igual que en otras religiones, puede existir el mismo fenómeno. Vemos
personas tan maravilladas por su experiencia en la meditación que se aferran de
manera fanática a la idea de traer a otros al Sendero del Buda.
Desgraciadamente, todos estos apegos pueden producir sufrimiento para nosotros
y molestia a los que nos rodean. El
segundo tipo de aferramiento o apego que puede causar aflicción es el aferramiento
a algún punto
de vista o a diferentes opiniones. Estos incluyen nuestras ideas sobre cómo
debe de ser el mundo, o las historias que creamos en cuanto a nuestra vida o los
juicios que formamos en cuanto a otras personas. Todos estos pueden ejercer un control
potente sobre nuestras reacciones y nuestra
manera de percibir el ambiente. Confiar en nuestros puntos de vista y
actuar en base a ellos es algo que pocos cuestionamos. Muchas de nuestras
emociones surgen de opiniones, hasta nuestro sentido de identidad personal puede
estar basado en ellas. El siguiente es un ejemplo sencillo que
Ilustra cómo una historia que formulamos en nuestra mente crea una emoción.
Supongamos que tienes una cita para encontrarte con una amistad. Estás
esperando en la esquina de la vía acordada y hace frío. El amigo no se aparece.
Eso es lo único que está pasando. Pero de pronto, ante dicha ocurrencia, nuestra
mente empieza a trabajar. “Esa persona ya no me respeta.” Con esa evaluación
empezamos a enojarnos. El enojo en este caso no surge porque mi amistad no
llegó a la cita prevista. Más bien se genera
por la interpretación que le damos a la situación, que puede ser cierta o no. Posiblemente
mi amigo tuvo un accidente y está en la sala de emergencia. Más
benéfico sería entonces percatarnos de nuestras interpretaciones mentales, y
aceptarlas solamente como alternativas posibles. Y si resultan ciertas debemos actuar
con sabiduría sin aferrarnos tampoco a ellas. El tercer tipo de aferramiento consiste
en apegarnos a nuestro sentido
de identidad personal. Los seres humanos tenemos la tendencia a construir una
imagen mental de quien somos (soy inteligente, soy importante o soy una víctima),
nos identificamos con esa imagen inflexiblemente y la proyectamos a los demás. Queremos
que otros nos vean de cierta manera. Esto es lo mismo que crear un punto de vista.
Es la “historia” de quién soy yo. Mantener y defender esta autoimagen es costoso
emocionalmente pues genera todo tipo de
preocupaciones en cuanto a la manera en que hablamos, la manera en que
vestimos y la manera en que nos comportamos. Terminamos evaluando todo en relación
a nuestra autoimagen, y esto produce sufrimiento interminable. El cuarto tipo
de aferramiento es al apego del placer sensual. dentro de esta categoría el Buda
también incluyó la aversión o repugnancia que sentimos cuando confrontamos algo
no placentero. En las Escrituras Budistas el apego al placer es el primero en
la lista, sin embargo yo lo menciono al último porque en nuestra sociedad tiende
a
molestar a algunos. Es importante aclarar que el Buda no nos enseña que el
placer sensual es problemático en sí mismo pues la vida ofrece diferentes
placeres que son normales y positivos. Las dificultades empiezan cuando nos
aferramos a ellos. El poeta inglés William Blake lo expresó
hermosamente:
|
Quien encadena una alegría a si mismo
destruye la vida alada.
Pero aquel que besa una alegría en vuelo
Vive en la eternidad de la aurora
El apego al placer sensual es tan dominante que muchos sentimos que algo
está mal cuando nuestra experiencia es desagradable. Pero las sensaciones
agradables o desagradables son sensaciones nada más, al menos que le agreguemos
una interpretación o historia mental. Por ejemplo, a veces confundimos el
placer con la felicidad y este pensamiento se convierte en un poderoso estímulo
para la búsqueda desenfrenada del placer. Con la práctica Budista descubrimos
aquella felicidad que no está ligada a los objetos de nuestros deseos o de nuestro
placer. Con este descubrimiento el encanto seductor de los placeres sensuales empieza
a desvanecer.
La Verdad de la Causa del Sufrimiento
La palabra “dukkha” (proveniente del idioma pali) que se traduce como sufrimiento, está estrechamente
ligada a “sukkha” (también del idioma pali) que significa felicidad. Tienen la misma raíz: “kha” que
significa el eje de una rueda. “Du” significa “mal” y “su” significa “bien”. Por lo
tanto, “dukkha” significa una rueda fuera de su eje, una rueda no balanceada. La Segunda Verdad
Noble declara que aquello que produce desbalance, lo que causa nuestro
sufrimiento son las “ansias”. En el idioma Pali la palabra es “tanha” que
literalmente significa “sed”. A veces se traduce como “deseo” pero esa
traducción da la idea errónea de que todos los deseos son problemáticos. Lo que
causa el sufrimiento es aquel deseo o aversión que es compulsivo o acosante.
El tener ansias puede significar que nos sentimos deseosos de tener alguna
experiencia o de poseer algún objeto o, a la inversa, puede significar que
sentimos repugnancia por algo y queremos rechazarlo a cualquier costo. Las ansias
pueden ser sutiles o flagrantes y es importante estar conscientes de todas para
poder entender como contribuyen a nuestro sufrimiento. Parte de la razón que el
Budismo enseña a meditar y a enfocar la mente sobre lo que está pasando en el presente
es que nuestro sufrimiento solo ocurre en el presente. Además, las ansias que
causan nuestro sufrimiento, solo las sentimos en el presente. Aun cuando los
antecedentes para nuestro sufrimiento hayan ocurrido en tiempos pasados, el pensamiento
o la memoria de esos antecedentes solo ocurren en el presente cuando los
estamos pensando. Por lo tanto, ponemos énfasis en el presente para ver claramente
como las ansias producen nuestro sufrimiento.
En el momento presente podemos encontrar tanto la causa como el alivio para
nuestro sufrir.
Dicho sencillamente, cuando nos enfocamos en nuestra experiencia presente estamos
en la mejor disposición para entender las Cuatro Verdades Nobles. Cuando
meditamos, lo primero que hacemos es estabilizar nuestro ser en el presente.
Relajamos nuestros cuerpos, escuchamos los sonidos a nuestro derredor, y sentimos
la sensación de nuestro respirar. Una vez que estamos centrados en el presente
podemos empezar a explorar nuestras experiencias: lo que nos atrae, lo que nos
repugna; y lo que causa nuestro dolor.
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La Verdad de la Cesacion del Sufrimiento
La Tercera Verdad Noble indica que la liberación es posible, que podemos poner
fin al sufrimiento. Cuando comprendemos claramente que nuestro sufrimiento resulta
de las ansias, entonces, es lógico concluir que la liberación es posible cuando
nos desligamos de ellas.
La palabra “nibbana” o “nirvana” se refiere a la condición de estar libres del sufrimiento. Aunque la tradición
Theravada a veces describe nirvana como si fuera un estado de suprema felicidad o paz, más comúnmente lo define
sin explicitar sus características. Nirvana es simplemente la condición que resulta
cuando ya no hay ansias o apego. Es mejor definirlo sin especificar, en parte,
porque nuestro vocabulario es muy limitado. Además, los intentos de describir “nirvana” nos pueden
llevar a especulaciones metafísicas poco beneficiosas. Tampoco queremos definir
“nirvana” como un sentimiento de sublime tranquilidad porque nirvana no se puede
reducir a un
estado de ánimo. Fácilmente nos apegamos a las emociones placenteras pero estas
no constituyen el verdadero fin de la meditación. Posiblemente estamos convencidos
que debemos experimentar ciertos estados mentales para realizar la Tercera
Verdad Noble. Pero si recordamos que el no- ‐apego es precisamente el vehículo para
lograr la liberación, entonces perdemos la inclinación a aferrarnos a algún estado
anímico, por grato que sea. Por lo tanto, no te aferres a tu felicidad. No
Te apegues a tu tristeza. No te apegues a ningún logro espiritual.
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El Camino que Conduce a la Cesación del Sufrimiento
Desligarnos de aquello que nos atrae poderosamente puede ser una tarea muy ardua.
Requiere paciencia desarrollar las virtudes que nos pueden liberar como la
comprensión, la compasión, y la
Claridad mental. La Cuarta Verdad Noble ofrece una ayuda práctica para lograrlo.
Describe ocho pasos que llevan a la liberación del sufrimiento. Estos pasos son
necesarios para crear un ambiente que apoye la espiritualidad madura. Son las
siguientes:
1. Visión o Perspectiva Correcta
2. Pensamiento o Intención Correcta
3. Hablar Correctamente
4. Acción o Conducta Correcta
5. Manera de Ganarse la Vida o Subsistencia Correcta
6. Esfuerzo Mental Correcto
7. Atención Plena Correcta
8. Concentración o Meditación Correcta
A veces los pasos se enseñan en forma consecutiva. El practicante los
desarrolla en orden. Primero, clarifica su entendimiento e intención para no desviarse
del camino simple de las Cuatro
Verdades Nobles (pasos 1 y 2). Segundo, pone su comportamiento en orden
(pasos 3, 4 y 5), lo cual
Sirve de fundamento para el desarrollo interno del Esfuerzo Mental
Correcto, la Atención Plena Correcta y la Meditación Correcta (pasos 6, 7 y 8).
Cuando se utiliza el método consecutivo el practicante no tiene que completar cada
paso antes de proceder al siguiente. Más bien, se desarrollan los pasos en un
movimiento espiral en que se regresa una y otra vez al primer paso, cada vez
más profundamente y con mayor comprensión. A veces la lista no se enseña como si
fueran un camino que se tiene que seguir en secuencia. Más bien los pasos, se
presentan como ocho aspectos de un solo camino que se desarrollan juntos. Estos
se apoyan y nutren entre sí.
La lista abarca todos los aspectos de nuestra vida y los integra a la práctica
espiritual. Podemos comprender este método de enseñanza cuando dividimos los ocho
pasos en tres categorías: el cuerpo, el habla y la mente. Conducta Correcta y Manera
de Ganarse la Vida Correcta pertenecen a las actividades del cuerpo. Hablar Correctamente
corresponde a la actividad verbal. El resto corresponden al campo de la mente y
del corazón. Algunos maestros dividen el Noble Camino Óctuple en tres esferas: la
ética, las prácticas espirituales interiores y la sabiduría que corresponden
respectivamente en el pali a “sila”, “samadhi” y“panna”. En este caso
el Hablar
Correctamente, la Conducta Correcta y la Manera de Ganarse la Vida
Correctamente se enseñan al principio del camino, como aspectos de la ética.
Después del desarrollo de la ética se enfoca en las prácticas internas del
esfuerzo mental, la atención, y la meditación que conducen al desarrollo de la
sabiduría y al conocimiento profundo. El Noble Sendero Óctuple ofrece un rico
tesoro de ejercicios espirituales. Bien vale la pena dedicarnos a su estudio y
conocerlo a fondo. Entre estas
Ocho la tradición “Vipassana” pone énfasis especial en la atención plena. Esto
es porque si profundizamos nuestra capacidad para permanecer atentos, los otros
aspectos del Noble Sendero Óctuple le siguen con naturalidad. La Atención Plena
también es la clave para la transformación de la liberación. Es el vehículo que
conduce a realizar las Cuatro Verdades Nobles. Cuando desarrollamos la atención
plena, y estamos atentos a lo que nos ocurre, aprendemos a reconocer
cuando el sufrimiento aparece con mayor facilidad. En vez de huirle, nos
interesamos en él, casi como un objeto de estudio científico. También aprendemos
a estar cómodos con el sufrimiento, de tal manera que no actuamos indebidamente
ante nuestro malestar. Luego podemos empezar a comprender la raíz del sufrimiento,
y a liberarnos de los apegos. Todas las enseñanzas del Buda son una elaboración
de las Cuatro Verdades Nobles. Cuando integramos este puñado de hojas nuestra vida
espiritual es sencilla y práctica. Todos podemos experimentar el gozo y la paz
que resultan de la liberación de nuestros apegos.
“Todo lo que experimentamos está precedido por la mente,
Guiado por la mente, hecho por la mente.
Habla y actúa con una mente corrupta
Y el sufrimiento le sigue Como la rueda de una carreta
Le sigue a la pezuña del buey.
Todo lo que experimentamos está precedido por la mente,
Guiado por la mente, hecho por la mente.
Habla y actúa con una mente pacífica
Y la felicidad le sigue como una sombra que nunca se va”.
Maestro Tailandés de la meditación Ajahn
Chah
KARMA
Un concepto fundamental de la práctica espiritual Budista es que en cada
momento presente hay un potencial inmenso para despertar y liberarnos del
sufrimiento.
El momento presente es el único sitio donde existe la creatividad necesaria
para alcanzar la liberación.
La noción Budista del “Karma” está estrechamente ligada a dicha
creatividad. “Karma” no se refiere a vidas
anteriores; ni es una ley de la predeterminación.
Si alguien considera que la felicidad ya está predestinada no se da lugar a
sí mismo para tener influencia sobre su propia felicidad o su propio
sufrimiento.
Pero la práctica espiritual incluye la posibilidad de elección. Es decir,
nuestros actos no están predeterminados. El Buda enfatizó que si tenemos una
idea muy estricta del karma, estaríamos negando nuestra libre voluntad para
escoger lo que deseamos. El Buda dijo, “Yo lo que llamo Karma es intención.” Mejor
dicho, Karma tiene que ver con lo que escogemos intencionalmente en el
presente.
Como hemos visto en secciones anteriores, cuando practicamos la meditación
apreciamos
el presente y nos relajamos en él. Pero el presente también constituye un
momento de acción donde escogemos los pasos que hemos de tomar hacia el futuro.
Entre más atentos estemos y más claro vemos las alternativas que tenemos
por delante más libertad y creatividad tendremos al escoger.
El momento presente está constituido en parte por los resultados de lo que
decidimos hacer en el
pasado y en parte por el desenvolvimiento de lo que escogemos hacer en el
momento actual.
Lo que experimentamos en el futuro, sea en el momento siguiente, o en el
día siguiente, o en la década siguiente está formado en parte por lo que
escogemos en relación a nuestra situación presente.
Nuestros actos con nuestro cuerpo, nuestra habla y nuestra mente tienen
consecuencias futuras;
El tomar estas consecuencias en cuenta nos ofrece una guía importante en las
opciones de nuestras acciones. Los resultados de lo que decidimos hacer no siempre
son predecibles pues no son fijas ni mecánicas. Desde luego que la manera en
que actuamos tiene la tendencia a producir ciertas consecuencias. Pero no siempre
resultan las mismas. Hay muchas posibilidades y muchas variables que pueden generar
resultados no calculados. A veces las consecuencias quedan sumergidas en el
amplio océano de causas y efectos de un mundo complejo. Sin embargo, el mundo
tiene la tendencia a reaccionar de cierta manera cuando actuamos con codicia, odio
o engaños, y de otra cuando actuamos con motivaciones de amistad, generosidad y
de bondad.
Mientras que las consecuencias en el mundo externo son variadas, las
consecuencias internas de
nuestras acciones son mucho más claras, y sirven como un buen sistema de
retroalimentación para nuestras decisiones. Por ejemplo, es común sentir en el
resultado de nuestras intenciones las
consecuencias Karmicas en nuestros cuerpos. Los hábitos acumulados de la
codicia, la ira y el temor afectan nuestros músculos de cierta manera, mientras
que la generosidad, la compasión
y la reconciliación los afectan de otra. Es común que el temor propicia un estado de compresión o
tensión porque el cuerpo se encoje para protegerse de un peligro percibido.
Esta tensión muscular (que resulta de la intención de protegernos) puede pasar
desapercibida, especialmente cuando es crónica. Pero aun cuando no la sentimos
directamente, la tensión se va acumulando y a la larga genera malestar y daños a
nuestros cuerpos.
El mundo del sufrimiento y de la libertad tiene mucho que ver con la manera
que escogemos responder a las circunstancias que se nos presentan en el momento
presente. Las circunstancias no siempre son las deseadas. Pero, aun así, a
través de la práctica de la atención plena abrimos nuestra mente al potencial
creativo que existe en la manera en que elegimos.
Si escogemos actuar con aversión, ira, temor o apegos entonces seguimos
creando sufrimiento.
Pero si respondemos con más atención, sin referencia a nuestros apegos
egocéntricos, interrumpimos el ciclo del sufrimiento.
La libertad necesaria para la creatividad no es posible si nuestras
decisiones permanecen arraigadas en el egoísmo. Por lo tanto el mundo del karma
es el mundo de la intención, y nuestras intenciones están vinculadas al mundo
del momento actual. No pertenecen a ningún otro momento. ¿Con que intenciones
abordas el presente? ¿Cuáles son tus intenciones cuando desempeñas tu trabajo,
cuando conduces un coche, o cuando tienes una conversación, o le haces a
alguien un favor?
Si pones atención cuidadosa y cariñosa a tus intenciones, como si
cultivaras un jardín, florecerán
hermosamente y darán fruto abundante en tu vida.
Si los seres
supieran, igual que yo, las consecuencias de dar y compartir, no comerían sin
antes haber compartido, y la mancha del egoísmo no abrumaría sus mentes.
Aunque fuera su último bocado, no comerían sin antes
haber compartido, si hubiese algún necesitado quien recibiera su dádiva.
Itivuttaka
LOS CINCO PRECEPTOS
El Budismo interpreta las virtudes y la ética en términos pragmáticos, no
en base a ideas del bien ni del mal, sino en base a la observación de que
ciertas acciones conducen al sufrimiento y otra conducen a la felicidad y a la
libertad. Un practicante Budista se pregunta: ¿Esta acción aumenta el
sufrimiento o la felicidad en mí y los demás? Este enfoque práctico es más apto
a conducir a la investigación que al remordimiento.
El Buda formuló cinco preceptos que nos sirven como pautas para las
virtudes y el comportamiento ético 1)Abstenerse de quitar la vida, 2)Abstenerse de robar,
3)Abstenerse de conducta sexual dañina 4)Abstenerse de mentir y 5)Abstenerse de
estupefacientes o embriagantes como las drogas o el alcohol.
El Buda se refirió a estos cinco preceptos de diferentes maneras, a veces
los llamaba las “cinco reglas de entrenamiento”(pancasikkha), en otras ocasiones
las llamaba “las cinco virtudes” (pancasila) o a veces simplemente “las
cinco cosas o cinco verdades” (pancadhamma).
Hay tres formas distintas de entender estas “tres cosas” . En primer
lugar funcionan como reglas de comportamiento. El Buda no las consideró
mandamientos divinos sino más bien “reglas para el entrenamiento espiritual”.
Voluntariamente nos entregamos a ellas. El seguirlas promueve el desarrollo de
la meditación, la sabiduría y la compasión.
Como son parte de nuestro entrenamiento los preceptos restringen nuestras
acciones. El practicante declara: “por el bien de mi entrenamiento me
comprometo a “no matar, no mentir, no robar” etc. Es decir aceptamos la contención
de nuestros impulsos. En vez de seguir nuestra inclinación por matar un
mosquito, o robar un lapicero de nuestra oficina, nos abstenemos y tratamos de
aplicar la concentración plena a ese impulso dañino ante el cual estamos
reaccionando. De dicha manera logramos frenar las reacciones automáticas que
suscitan nuestros deseos. En vez de evaluar si las acciones son malas o
inmorales, usamos las restricciones como si fueran un espejo para observarnos a
nosotros mismos, para entender nuestras acciones y reacciones y motivaciones y
para reflexionar sobre las consecuencias de nuestro accionar.
Cuando seguimos las reglas de entrenamiento recibimos una poderosa forma de
protección. Principalmente los preceptos nos protegen de nosotros mismos, del
sufrimiento que nos causamos y que causamos a otros al actuar con poca destreza
y sabiduría espiritual.
En segundo lugar el Buda describió los preceptos como si fueran principios
de virtud. Las virtudes fundamentales que subyacen a los cinco preceptos son la
compasión, el no causar daño, y la generosidad. Nos dejamos guiar por
los preceptos a consecuencia de nuestra compasión, porque creemos que existe la
posibilidad de que otros puedan ser liberados de su aflicción. También vivimos
según los preceptos debido a la compasión que tenemos por nosotros mismos.
Queremos proteger y nutrir nuestra propia vida. Por lo tanto somos cautelosos y
disciplinados en cuanto a nuestras intenciones, nuestras acciones, nuestras
palabras y nuestros pensamientos.
Pero no queremos que nuestros preceptos se conviertan en un ideal rígido y
tiránico o algo que oprima a los demás. Por lo tanto los practicamos con el
principio de no hacerle daño a otros seres. Podemos evitar el sufrimiento que
genera la aplicación estricta o descorazonada que genera los cinco preceptos,
si nos preguntamos: ¿Esta acción causa daño a otras personas o a mí mismo?
Sería contradictorio practicar los cinco preceptos cuando causan daño o
abuso siendo que la comprensión del sufrimiento y el deseo de superarlo es precisamente
lo que nos inspira a seguirlos.
Vivir según los cinco preceptos es en sí una acción generosa; al hacerlo
damos el regalo maravilloso de protección espiritual a otros y a nosotros
mismos. De hecho una razón pragmática para aplicar los preceptos de restricción
es para atraer la felicidad a nuestras vidas.
Muchas personas meditan porque sienten la ausencia del gozo y la felicidad.
Según el Buda una de las maneras más eficaces para cultivar y apreciar la
felicidad es vivir vidas virtuosas.
En tercer lugar, el Buda habló de los preceptos como si fueran las
cualidades del carácter de una persona. La persona que ha avanzado
espiritualmente es alguien quien está dotado de las cinco virtudes. Se han
convertido en características importantes que definen su forma de ser. Una vez
que alcanza cierto nivel de iluminación le es imposible violar los preceptos.
Seguir los preceptos es un resultado directo de haber alcanzado la libertad.
En resumen, los cinco preceptos se pueden interpretar como reglas para el
entrenamiento espiritual, como guías virtuosas para el comportamiento, o como
descripciones del carácter de la persona iluminada. El mundo necesita más
personas con las intenciones, la sensibilidad y la pureza del corazón que
representan los cinco preceptos.
Que los preceptos sean fuente de felicidad para todos.
LA GENEROSIDAD
La práctica de la generosidad, (la palabra generosidad en el idioma Pali es
(dana) tiene un
lugar
Preeminente en las enseñanzas del Buda. Cuando el Buda formuló una serie de
prácticas graduales
Para lograr el progreso espiritual, sugirió como primer paso la práctica de
la generosidad.
Basándose en este fundamento un adepto podría desarrollar a fondo una vida
ética.
Luego, según el Buda, el practicante debería aprender a serenar la mente.
Después se proseguía a adquirir la sabiduría por medio de otras prácticas,
las cuales, apoyadas por una mente serena y estable, conducirían a la
iluminación. Como paso final, una vez que una persona había sido iluminada, el
Buda le instaba a salir y prestar servicio a otros seres, es decir, a practicar
la generosidad de nuevo.
Como podemos ver entonces, el sendero Budista empieza y concluye con esta
misma virtud.
La palabra dana se refiere tanto a la acción de ser caritativos como a la donación o el
regalo mismo.
El Buda también usó en su discurso sobre dana la palabra Pali caga que se
refiere a la virtud interior de la generosidad. El uso de la palabra caga es
especialmente importante pues también
significa abandono, sacrificio y renunciamiento.
ATENCIÓN PLENA
Según las enseñanzas del Buda la práctica de “la atención plena” nos
entrena a hacer consciencia y a enfocarnos en ese punto de contacto. Este
término fundamental en el Budismo describe un estado mental en el que estamos
totalmente presentes con lo que nos rodea. Estar atentos plenamente implica
estar conscientes de lo que está ocurriendo en nuestro entorno, al momento en
que está ocurriendo. Es una habilidad que se aprende. Cuando adquirimos
experiencia en observar las cosas atentamente, con un enfoque claro, no nos
dejamos desviar por nuestros pensamientos, nuestras opiniones, ni las
reacciones repentinas. Al practicar la atención plena vemos las cosas tales
como son, en vez de filtrarlas por los lentes distorsionados de nuestras ideas
preconcebidas e interpretaciones particulares.
UN DOCUMENTAL INTERESANTE:
http://www.youtube.com/watch?v=Os90Ejim-WE&feature=share
ASANA ANTES DE LA PIJAMA
Los seis mundos
Les comparto un interesante texto de Budismo tibetano escrito por Choyiang Trungpa. Para su crecimiento y reflexiones.
Los seis mundos, los diferentes tipos de
ocupación samsárica, se llaman así porque nos instalamos dentro de una versión
particular de la realidad. Fascinados por el entorno que nos es familiar, nos
esforzamos por mantenerlo, repitiendo deseos y anhelos conocidos, para así no
dar jamás cabida a un estado que tenga espacio. Nos aferramos a nuestros
mecanismos habituales porque la confusión no sólo nos brinda un terreno
tremendamente conocido en el que desaparecer borrando toda huella sino que
también nos ofrece una manera de mantenernos ocupados. Tenemos miedo de
abandonar esa seguridad y esa diversión, acogemos con recelo la posibilidad de
abrirnos a un espacio abierto, a un estado meditativo. La posibilidad de
acceder al estado despierto nos irrita sobremanera porque no sabemos muy bien
cómo manejarlo y, por lo tanto, preferimos volver rápidamente a nuestra prisión
en vez de liberarnos de ella. La confusión y el sufrimiento se transforman en
ocupaciones que a menudo nos hacen sentirnos seguros y encantados de la vida.
Los seis mundos son el mundo de los dioses, el de los
dioses celosos, el mundo humano, el mundo animal, el mundo de los fantasmas
hambrientos y el mundo de los infiernos. Estos mundos son más que nada
actitudes emocionales hacia uno mismo y hacia el ambiente, actitudes que se ven
teñidas y reforzadas por explicaciones y racionalizaciones conceptuales. Un ser
humano puede experimentar en el transcurso del día las emociones de cada uno de
los demás mundos, desde la soberbia del mundo de los dioses hasta el odio y la
paranoia de los infiernos. No obstante, el psiquismo de cada individuo está por
lo general firmemente anclado en un mundo particular; dicho mundo le ofrece un
estilo de confusión, una manera de entretenerse y mantenerse ocupado para no
tener que mirar de frente su incertidumbre fundamental, ese terror profundo de
que uno tal vez no exista realmente.
El Endiosamiento
El mundo de los dioses en el ámbito
supuestamente profano se refiere al
logro del placer mental y físico supremo
y al alcanzar las metas más seductoras: riqueza, salud, belleza, celebridad,
etc..es un modo de proceder basado en el placer, entendido como intento por
mantener el ego. Lo que caracteriza el mundo de los dioses es el hecho de que
llegan a perder la noción de esperanza y miedo, el mundo de los dioses en el
plano “espiritual” o de los meditadores y buscadores espirituales, el dolor y
el placer se unifican por completo y surge un estado meditativo de
ensimismamiento egotico donde todo lo que vemos nos parece hermoso y lleno de
amor; incluso hasta lo más grotesco. Las cosas desagradables y agresivas parecen hermosas porque hemos
alcanzado la unión absoluta con el ego. En otras palabras el ego ha perdido el
contacto con su propia inteligencia. Es el grado máximo de aturdimiento, un
abismo de inconsciencia que posee una fuerza increíble. Se trata de una bomba atómica espiritual, una
forma de autodestrucción que excluye la compasión, impide cualquier intento de
comunicación y pone fin a las posibilidades de liberarse de la esclavitud del
ego.
La paranoia
El mundo de los asuras o de los dioses celosos tiene como característica principal la
paranoia. La mentalidad del asura es sumamente inteligente, ya que es capaz de
ver todos los rincones ocultos. Uno cree que está comunicándose cara a cara con
él, pero en realidad el asura lo está observando a uno por detrás. Esa paranoia
intensa al combinarse con una eficiencia y precisión exacerbadas, genera una forma de prepotencia defensiva. El asura
se empeña en alcanzar objetivos cada vez más exaltados, se exige y compite todo
el tiempo, siempre hay un antagonista al frente. Todos los rincones son
sospechosos y amenazadores y hay que investigarlos bien y desconfiar de ellos,
sin embargo no se puede decir que sean personas cautelosas, que se escondan o
disimulen. Todo lo contrario: son muy directos y siempre están dispuestos a
salir al ruedo y pelear si surge cualquier problema o si hay la menor
conspiración contra nosotros, real o ficticia, pero a pesar de estar decididos
a salir al encuentro y enfrentar la situación, desconfían todo el tiempo de los
mensajes que reciben de ella y por lo tanto no los toman en cuenta, porque se
niegan a aceptar nada, a aprender algo de lo que les pudieran decir los demás,
porque consideran que todos son sus enemigos.
La pasión
La pasión es el quehacer principal en el
mundo humano y se refiere a una forma inteligente de avidez en la que el
raciocinio y la lógica se orientan exclusivamente hacia la creación de la
felicidad, pero hay una profunda sensación de separación de los objetos de
placer, lo que causa un sentimiento de pérdida, pobreza y a menudo nostalgia,
porque además permanece la creencia de que sólo los objetos de placer pueden
aportar bienestar y felicidad, lo que hace que en el mundo humano los seres se
sientan torpes y busquen como desarrollar una personalidad lo
suficientemente fuerte y magnética como
para que esos objetos de placer se sientan atraídos de manera natural hacia el
propio territorio. En este mundo se
busca el equilibrio perfecto en todo y se critica y descalifica a todos los que
no están a la altura. La característica principal en el mundo humano es el
esfuerzo por alcanzar ideales nobles. La
mentalidad humana da gran importancia al conocimiento, la educación y se empeña
en acumular todo tipo de informaciones y sabidurías. El intelecto alcanza su
mayor actividad, hay tanta acumulación de información que la mente es un
hervidero, no hay nada más característico
del mundo humano que encontrarse atrapado en un gigantesco atasco de
pensamientos discursivos. Estamos tan ocupados pensando que no somos capaces de
aprender absolutamente nada. El mundo
humano es muy intelectual, febril e intranquilizador. Vivimos una búsqueda
constante, estamos siempre al acecho de situaciones nuevas o de posibilidades
de mejorar las situaciones existentes. De todos los estados es el menos
placentero, porque el sufrimiento no se considera como una ocupación, ni
tampoco como un estímulo, sino más bien
como recuerdo constante de las ambiciones que suscita.
La estupidez
El mundo animal está asociado con la
estupidez: aquí los seres prefieren hacerse los sordomudos y seguir las reglas de los juegos que tienen a
mano en vez de redefinirlas. Obviamente, es posible que traten de manipular su
percepción de un juego determinado, pero en realidad lo que hacen es seguir la
corriente, seguir el instinto. Si tienen un deseo secreto u oculto que quisieran
llevar a cabo y si se topan con algún
obstáculo o alguna irritación, se abren paso a la fuerza, sin importar la
posibilidad de herir a alguien o de destruir algo valioso. Se conforman con
salir y perseguir lo que se presente, y se cruza cualquier otra cosa, se
aprovecha la oportunidad y se persigue también. En la inconsciencia animal,
tenemos nuestra manera de relacionarnos con nosotros mismos y nos negamos rotundamente
a percibir desde otro punto de vista. Ni siquiera admitimos esa posibilidad. Si
alguien nos ataca o reclama contra nuestra falta de tino o manejo de una
situación, encontramos algún modo de justificarnos, algún argumento para salvar
nuestro amor propio. Si nos atacan, ponen en duda o critican, hallaremos
automáticamente una respuesta. Es inconsciencia o estupidez porque no nos fijamos en el entorno que nos
rodea sino solamente en el objetivo y
los medios para conseguirlo, e inventamos todo tipo de pretextos para demostrar que lo que estamos haciendo
está bien. La mentalidad animal es extremadamente testaruda y carece de sentido
del humor. El verdadero sentido del humor
consiste en relacionarse libremente con las situaciones de la vida en
todo lo que tienen de absurdo. Es ver las cosas .inclusive el
autoengaño-claramente: sin anteojeras, ni barreras ni disculpas. Consiste en
estar abierto y ver las cosas con una
visión panorámica, sin tratar de aliviar tensiones. Mientras el sentido del
humor sea un instrumento que sirva para disminuir la tirantez del ambiente e
impedir que uno se sienta incómodo o nervioso, no será más que el humor del
mundo animal, un humor tremendamente serio. Será un intento por encontrar
alguna muleta.
El mundo animal es representado con un cerdo.
El cerdo no mira hacia un lado, ni hacia el otro, sino que avanza husmeando y
devorando todo lo que se le pone en el hocico, primero una cosa y luego otra, y
luego la siguiente, sin el mayor sentido de discriminación. Podemos tener un
estilo animal tanto en las tareas caseras más simples, como en los proyectos
intelectuales más complejos y sutiles. Al cerdo no le importa comer
exquisiteces o cochinadas. En el peor de los casos, el habitante del mundo
animal se entrampa con una serie de actividades rutinarias que encuentran
justificación en sí mismas y no dejan cabida a nuevas posibilidades. Tal
persona jamás acusa recibo de los mensajes que recibe de su entorno; jamás se
mira en el espejo que le presentan los demás. Incluso en una tarea claramente
intelectual, si uno carece de sentido del humor, entrega y apertura, estará
actuando como animal; sentirá una presión constante que lo hará pasar de una
cosa a la siguiente, sin tomar en cuenta los fracasos y obstáculos. Es como un
tanque arremete inexorablemente, aplastando todo lo que encuentra en su camino.
No le importa si atropella a la gente o derriba edificios, sigue rodando sin
más.
La pobreza
En el mundo de los pretas o fantasmas
hambrientos, uno se preocupa por expandirse, enriquecerse, consumir. En el
fondo se siente pobre y no es capaz de seguir con la comedia de que uno es
realmente lo que le gustaría ser. Se
vale de todo lo que tiene para validar su orgullo, pero nunca es
suficiente y sigue sintiéndose carente. Todo lo que se nos presenta en la vida
lo percibimos como objeto de consumo: amistad, riqueza, ropa, sexo, poder.
Siempre tenemos hambre de alguna nueva forma de entretenimiento, sea este
espiritual, intelectual, sensual, mientras más consumimos más se exacerba el
hambre y mientras más cosas ansiamos más nos damos cuenta de lo fuera de
nuestro alcance que están, y ello nos resulta doloroso. Es doloroso encontrarse
suspendido en un estado de deseo insatisfecho, siempre al acecho de la
satisfacción. Incluso si conseguimos nuestro objetivo, sentiremos la
frustración de estar atiborrados y haber quedado insensibles a nuevos estímulos.
Tratamos de aferrarnos a nuestros bienes, tratamos de sacarles el jugo, pero
pronto nos sentimos pesados y embotados. Ya no somos capaces de apreciar nada;
quisiéramos volver a sentir hambre para llenarnos de nuevo. Tanto si
conseguimos satisfacer nuestro deseo como si quedamos en suspenso a causa de él y seguimos luchando, estamos
invitando a la frustración.
La ira
En el mundo de los infiernos reina la
agresión. Esta agresión surge de un estado de odio tan permanente que al final
perdemos la pista y ya no sabemos a quién queremos agredir y quién nos está
agrediendo. La incertidumbre y la confusión son continuas. Hemos creado un
universo tan lleno de agresión que incluso si un día nos sintiéramos menos
rabiosos y agresivos, nuestro entorno nos volvería a lanzar más agresión.
En el mundo de los infiernos, no tenemos la
impresión de que la agresión sea nuestra; más bien, parece que impregna todo el
espacio que nos rodea. Experimentamos una claustrofobia extrema y nos falta el
aire. No tenemos espacio ni para respirar ni para actuar, y la vida se vuelve
agobiante. La agresión es tan intensa que incluso si decidiéramos matar a
alguien para aliviarla, alcanzaríamos apenas un grado ínfimo de satisfacción,
pues la agresión seguiría latente en el entorno. Incluso si nos suicidáramos,
descubriríamos que el asesino permanece. De tal forma que no habríamos
conseguido asesinarnos por completo. El ambiente constante de agresión hace que
nunca se sepa quién está matando a quién. Es como devorarse a uno mismo desde
dentro. Cuando termina de devorarse, queda el que devoró, y es necesario
devorarlo a él también, y así sucesivamente. Cada vez que el cocodrilo se
muerde la cola, se alimenta; cuanto más come, más crece. El proceso no tiene
fin.
Es realmente imposible usar la agresión para
eliminar el dolor. Mientras más matemos, más fuerzas le daremos al asesino, que
buscará nuevas víctimas. La agresión crece hasta que por fin no queda espacio:
todo el entorno se ha vuelto sólido. No hay una sola brecha que permita mirar
hacia atrás y cuestionarse. El espacio entero se ha saturado de agresión. Es impresionante. No existe la menor
oportunidad de crear un testigo que dé fe nuestra destrucción; no hay nadie que
pueda testimoniar. Pero al mismo tiempo la agresión sigue creciendo. Mientras
más destruyamos, más creamos.
La imagen tradicional de la agresión es la
tierra ardiendo y el cielo rojo en llamas. La tierra está al rojo vivo y se
convierte en hierro candente, mientras que el espacio se llena de llamaradas y
fuego.
En el mundo de los infiernos, expelemos
llamas y radiaciones que siempre rebotan y se vuelven contra nosotros. No
dejamos un solo hueco en el que podamos
experimentar una sensación de espacio y apertura. Sólo existe un esfuerzo constante, siempre
tenemos a un interlocutor con quien jugar, pero nuestros esfuerzos son
contraproducentes y volvemos a generar situaciones de claustrofobia extrema hasta
que llega el momento en que ya no hay ningún espacio para la comunicación.
A esas alturas, la única manera de
comunicarse es tratar de recrear la ira. Pensábamos que habíamos ganado la guerra y que habíamos puesto al
otro en su lugar, pero al final nos
damos cuenta de que el adversario ya no da señales de vida y que en realidad ha
dejado de existir. De pronto nos encontramos frente a frente con nuestra propia
agresión que se nos viene encima y consigue llenar todo el espacio. Una vez más
estamos solos, sin posibilidades de jaleo, y una vez más intentamos descubrir
una nueva manera de jugar, y este ciclo se repite una y otra y otra vez. No
jugamos porque nos guste, sino porque no nos sentimos protegidos y seguros. Al
encontrarnos sin protección, sentimos desamparo y frío y tenemos que encender
la hoguera nuevamente. Y para seguir encendiendo la hoguera debemos seguir
luchando sin tregua para mantenernos. No podemos evitarlo: sin darnos cuenta
volvemos a caer en el juego una y otra vez.
LA
MEDITACIÓN SENTADA
¿Qué
hacemos una vez que comprendemos el principio del ego y la neurosis y que
conocemos nuestra situación? Tenemos que dejar de filosofar y entablar una
relación simple y directa con nuestra cháchara mental y nuestras emociones.
Como punto de partida necesitamos emplear el material existente, es decir, los
bloqueos, credenciales y engaños del ego. Acto seguido, empezamos a darnos
cuenta de que para hacerlo, debemos recurrir alguna credencial, aunque sea
simbólica, pues sin ella no podríamos comenzar. Por eso en la meditación nos
valemos de técnicas simples y hacemos de la respiración nuestra credencial de rigor.
No deja de ser irónico; a pesar de que el buddhadharma (enseñanzas del buda) que
hemos estado estudiando nos enseña a despojarnos de nuestras credenciales, de
pronto nos vemos involucrados en una actividad sospechosa. Estamos haciendo
precisamente aquello que criticábamos, lo que nos resulta violento y nos hace
sentirnos incómodos: “¿Y si fuera una nueva forma de charlatanismo, el mismo
jueguito egótico de siempre? ¿No me estarán pasando gato por liebre? ¿No estaré
haciendo el ridículo?”. Todo despierta nuestras sospechas. Eso está muy bien;
significa que nuestra inteligencia se está agudizando. Es una manera excelente
de empezar, pero se a como sea, tenemos que acabar haciendo algo de una vez.
Deberemos reconocer que a pesar de nuestro refinamiento intelectual, nuestra
percepción de la psiquis es muy primitiva. Aún no supera, en realidad, el nivel
infantil y ni siquiera sabemos contar hasta diez. Al sentarnos a meditar
admitimos nuestra insensatez. Es una medida extraordinariamente fuerte, pero se
impone: debemos empezar como tontos y sentarnos a meditar. Y cuando nos vayamos
dando cuenta de que hacer eso es de tontos de remate, empezaremos también a
entender que las técnicas funcionan como muletas. Uno no se aferra a sus
muletas ni les atribuye ningún
significado místico importante; no son más que herramientas que se usan
mientras sean necesarias y que luego se desechan.
Debemos estar dispuestos a ser personas
completamente comunes y corrientes, lo que significa aceptarnos a nosotros
mismos y no tratar de ser más perfectos, puros, espirituales o perspicaces. Si
conseguimos aceptar nuestras imperfecciones tal como son, con la mayor
naturalidad del mundo, entonces podremos valernos de ellas en el camino; pero
si intentamos deshacernos de ellas, se convertirán en enemigas, en obstáculos
en el camino del “desarrollo personal”. Lo mismo se podría decir de la
respiración. Si podemos verla tal como es, sin tratar de usarla para mejorarnos
a nosotros mismos, pasará a formar parte del camino porque dejará de ser una
herramienta de nuestra ambición personal.
Simplicidad
La práctica de la meditación consiste en
abandonar la fijación dualista, es decir, abandonar la lucha del bien contra el
mal. Nuestra actitud hacia la espiritualidad debe ser natural, ordinaria y
libre de ambición. Por bueno que sea el karma que estamos creando, lo cierto es
que seguimos sembrando semillas de karma. La idea, entonces, es trascender por
completo el proceso kármico: trascender tanto el buen como el mal karma.
Los textos tántricos contienen muchas
referencias al mahasukha o “gran dicha”. La
razón por la que se llama gran dicha, o gran felicidad, es porque trasciende
tanto la esperanza como el miedo, tanto el placer como el dolor. Aquí la
palabra dicha no se refiere al placer en su acepción corriente, sino a una
sensación de libertad fundamental y verdadera, a un sentido del humor que
percibe la ironía del juego egótico, el juego de las polaridades. Si logramos
ver el ego desde una perspectiva aérea, apreciaremos su aspecto cómico.
Conviene, por lo tanto, abordar la meditación de manera muy simple, sin buscar
el placer ni huir del dolor. En realidad, la meditación es un proceso natural,
y el camino consiste en trabajar con el dolor y el placer.
No se trata de usar las técnicas de
meditación –oraciones, mantras, visualizaciones, rituales y técnicas de
respiración para crear placer ni para confirmar la propia existencia. La idea
no es disociarse de la técnica, sino fundirse con ella hasta alcanzar cierta
sensación de no dualidad. Al principio, uno maneja la técnica como si fuera una
especia de juego, porque aún se imagina que está meditando. Sin embargo, las
técnicas que practicamos, por ejemplo la conciencia de las sensaciones
corporales o la conciencia de la respiración, son tan concretas que tienden a
hacerlo aterrizar a uno. No se recomienda considerar la técnica como algo
mágico, como un milagro o una ceremonia profunda, sino como un proceso simple,
extraordinariamente simple. Cuanto más simple sea la técnica, menor será el
peligro de que se presenten desvíos, porque uno no se estará nutriendo de
esperanzas y miedos fascinantes y seductores.
En la práctica de la meditación, uno trabaja
al principio solamente con la neurosis fundamental de la mente, es decir, la
relación confusa entre uno mismo y sus proyecciones, la relación con los
pensamientos. Cuando logra ver la simplicidad de la técnica sin adoptar una
actitud especial hacia ella, también aprende a relacionarse con su propia
configuración mental. Empieza a ver los pensamientos como fenómenos sencillos,
y el hecho de que sean pensamientos piadosos, malvados, caseros o de cualquier
índole deja de tener importancia. Uno no los categoriza como buenos o malos,
sino que los ve como simples pensamientos. Los pensamientos se nutren de la
relación obsesiva que uno mantiene con
ellos, pues para sobrevivir , necesitan que se los tome en serio. Si empezamos a
tomarlos en serio y a categorizarlos se vuelven muy fuertes; les proporcionamos
energía cada vez que no los vemos como fenómenos simples. Por otro lado, si
tratamos de aquietarlos también se nutren. De modo que cuando empezamos a
meditar, no debemos proponernos conseguir la felicidad, ni tampoco la calma
mental o la paz, aunque estas pueden ser subproductos de la meditación. No
debemos considerar la meditación como si se tratara de vacaciones para escapar
de la irritación.
En realidad, cuando comenzamos a practicar la
meditación, siempre sucede que afloran toda clase de problemas. Todos los
aspectos ocultos de la personalidad salen a la superficie por la sencilla razón
de que, por primera vez, nos estamos permitiendo ver nuestro propio estado
mental tal como es. Por primera vez, no evaluamos los pensamientos.
A medida que pasa el tiempo, valoramos cada
vez más la belleza de esta simplicidad. Por primera vez, hacemos las cosas de
manera completa. Cualquiera que sea
la técnica, respirar, caminar, etc…, nos ponemos a hacerla y a trabajar con
ella, de manera muy simple. Las complicaciones dejan de ser sólidas y se
vuelven transparentes. Así que en la primera fase del trabajo con el ego se
establece una relación muy simple con los pensamientos. La idea no es tratar de
aquietarlos, sino ver su naturaleza transparente y nada más.
Es necesario combinar la meditación sentada
con la práctica del darse cuenta en al vida cotidiana. Al practicar el darse cuenta, empezamos a
sentir los efectos secundarios de la meditación sentada. La relación despejada
que hemos establecido con la respiración y con los pensamientos continúa. Cada
situación de la vida se vuelve una relación simple: relación simple con el
lavaplatos, relación simple con el coche, relación simple con el padre, la
madre, los hijos. Eso no quiere decir, por cierto, que nos transformemos en
santos de la noche a la mañana. Las irritaciones de siempre siguen ahí, pero se
han vuelto irritaciones simples, irritaciones transparente.
Por nimios o insignificantes que parezcan los
pequeños detalles domésticos, es tremendamente útil y valioso trabajar con
ellos manera muy simple. Cuando aprendemos a percibir la simplicidad tal como
es, la meditación se hace veinticuatro horas al día. Experimentamos una
sensación muy grande de espacio porque no nos sentimos obligados a observarnos
a nosotros mismos compulsivamente; más bien, acogemos la situación. Claro que
uno aún puede observarse y comentar el proceso, pero cuando se sienta a
meditar, uno es y nada más, y ya no se vale de la respiración ni de ninguna
otra técnica. Uno empieza a dominar el asunto y ya no le hace falta un
observador, ni tampoco un traductor, porque entiende perfectamente el idioma.
Prestar atención y darse cuenta
La meditación trabaja con nuestra prisa,
agitación y febrilidad constantes. Nos ofrece un espacio, un terreno, que le permite
a la agitación funcionar y agitarse sin trabas hasta poder relajarse. Si no
interferimos en la agitación, ésta pasa a formar parte del espacio. Dejamos de
reprimir o agredir el deseo de mordernos una vez más la cola.
La práctica de la meditación no consiste en
tratar de producir un trance hipnótico ni una sensación de alivio. Los
esfuerzos por lograr la tranquilidad mental provienen de un sentimiento de
pobreza. El que persigue la calma interior tiene que precaverse de la
agitación, lo que va acompañado de una sensación de paranoia y la necesidad de
estar siempre marcando límites. Jamás afloja la guardia contra esos repentinos
accesos de pasión o de agresividad que podrían adueñarse de él y hacerle perder
los estribos. El proceso de vigilancia limita el alcance de la mente porque uno
no acepta todo lo que surge en ella.
En lugar de eso, la meditación debería
reflejar un sentimiento de riqueza, la capacidad de usar todos los contenidos
de nuestros estados mentales. De este modo, si le brindamos a la agitación
espacio suficiente para que pueda funcionar a sus anchas, entonces la energía
deja de agitarse porque puede confiar en su naturaleza fundamental. La
meditación consiste en darle un prado muy grande y muy verde a una vaca
agitada. Es posible que la vaca se siga agitando un buen rato en ese enorme
pastizal, pero al cabo de un tiempo la agitación deja de tener sentido porque
el espacio es demasiado grande. La vaca come y come y come y al fin se relaja y
se duerme.
El prestar atención es necesario para que
podamos reconocer la agitación e identificarnos con ella, y también es
necesario el darse cuenta para que podamos ofrecerle a la vaca agitada un campo
abierto, un pastizal enorme. El prestar atención y el darse cuenta siempre se
complementan. Prestar atención significa relacionarse con las situaciones
individuales de manera directa, precisa y definida. El contacto y la
comunicación con las situaciones problemáticas o irritantes se establece de
manera muy simple. Están la inconsciencia, la agitación, la pasión, la
agresión. No es necesario elogiarlas ni condenarlas; no son más que ataques
pasajeros. Son situaciones condicionadas, y es posible verlas de manera exacta
y precisa con la atención incondicionada. La atención es como un microscopio.
El microscopio no es un arma ofensiva ni defensiva con respecto a los microbios
que permite observar; su función es simplemente presentar con claridad lo que
está ahí. Para prestar atención no es necesario referirse al pasado o al
futuro; la atención se inserta plenamente en el instante presente. Al mismo
tiempo, se basa en una mente activa que baraja percepciones dualistas, pues es
necesario al principio usar ese tipo de juicio discriminador.
Por otro lado, el darse cuenta, también
llamado conciencia despierta, consiste en ver los descubrimientos de la
atención. No es necesario retener los contenidos mentales ni deshacerse de
ellos. La precisión de la atención puede
quedar tal cual, porque tiene su propio ámbito, su propio espacio. No tenemos
porque decidir que la vamos a tirar, ni tampoco que la vamos a guardar como un
tesoro. De este modo el darse cuenta es un paso más hacia una actitud de
aceptación total de las situaciones. El prestar atención nos da una base para
reconocer la agresión, la pasión etc. Después de experimentar la precisión de
la atención, nos podríamos preguntar ¿Y ahora qué?¿Qué hago con ella?. Pero
nuestra capacidad de darnos cuenta nos tranquiliza, pues vemos que en realidad no es necesario hacer
nada con esa precisión y que podemos dejarla simplemente en su sitio. El
prestar atención es la vanguardia del darse cuenta: primero se percibe una situación
con precisión y luego esa atención puntual se amplía y se difunde, volviéndose
conciencia despierta.
De esta manera, la atención y el darse cuenta
concurren para producir una aceptación de las situaciones de la vida tal como
son. No es necesario boicotear la vida ni tampoco reivindicar el derecho de
darse el gusto en todo. Las situaciones existenciales son el alimento del darse
cuenta y la atención; sin las depresiones y las sensaciones fuertes que nos
ofrece la existencia no sería posible meditar. Puesto que la combinación de
prestar atención y darse cuenta es lo que permite que uno prosiga el viaje, la
práctica de la meditación y el desarrollo espiritual dependen del samsara.
Desde una perspectiva aérea, se podría afirmar que tanto el samsara como el
nirvana son innecesarios y que el viaje es inútil; sin embargo, como estamos en
la tierra, resulta extraordinariamente útil realizar el viaje.
LA ENSEÑANZA ZEN DE BODHIDHARMA